miércoles, 13 de abril de 2016

«No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo» (Filipenses 2: 3).
El Titanic fue el barco de pasajeros más grande de su tiempo. ¿Pero qué inspiró la creación de ese majestuoso trasatlántico? A principios del siglo XX se hallaba en pleno apogeo el dinamismo comercial entre Europa y Estados Unidos.
Esto suscitó una gran demanda de viajes trasatlánticos y generó una amplia competencia entre las empresas navieras. La compañía Cunard revolucionó el mercado con sus cruceros gemelos Lusitania y Mauretania. El Lusitania tenía capacidad para dos mil doscientos pasajeros y viajaba a 46 kilómetros por hora. Sus salones y restaurantes de primera clase estaban al nivel de los hoteles más lujosos de Europa.
¿Qué hizo la White Star Line para poder competir con Cunard? ¡Creó el Titanic!
El Titanic tenía capacidad para recibir más pasajeros, era más grande, más lujoso y exhibía mejores salones que el Lusitania. Tenía ascensores, salas de ocio, bibliotecas, salones para fumadores, gimnasio y piscina, Su avanzada tecnología le permitía disfrutar de gran seguridad, Su descomunal casco de acero estaba sellado por tres millones de remaches; poseía diecisiete sectores independientes el uno del otro para impedir su hundimiento en caso de que se abriera una vía por donde entrara el agua; su sistema de comunicación estaba equipado para informar cualquier eventualidad que se presentara en alta mar, Con razón se atribuye a sus constructores haber dicho que «ni Dios sería capaz de hundirlo».
Sin embargo, el «insumergible» naufragó en las heladas aguas del Atlántico en su primera travesía. El orgullo de toda una generación quedó sumergido en lo más profundo del mar. El Titanic es un ejemplo contundente de lo que sucede cuando la gente se llena de orgullo y se olvida de su Creador. «Tras el orgullo viene el fracaso; tras la altanería, la caída» (Proverbios 16: 18).
El Titanic solo quería competir, exhibir su grandeza, imponerse sobre los demás; por eso terminó solo, hundido. Como dijo Amado Nervo: «Si eres orgulloso conviene que ames la soledad; los orgullosos siempre se quedan solos». ¿Es eso lo que quieres para tu vida?
Fija en tu mente el versículo de hoy: «No hagas nada por rivalidad o por orgullo».
No sigas la ruta del Titanic.
 
«El Señor está cerca, para salvar a los que tienen el corazón hecho pedazos y han perdido la esperanza» (Salmo 34: 18).
Cuando el Titanic zarpó, el 14 de abril de 1912, la era de progreso, el bienestar y el positivismo parecían haberse consumado. La imponente embarcación era símbolo del optimismo que caracterizaba el inicio del siglo XX. Para muchos «la edad dorada» de la historia humana acababa de empezar. El hombre por fin tenía fe en el hombre. Por fin la civilización había llegado a un momento cuando las guerras no existirían más. Sin embargo, todas esas expectativas estaban a punto de desplomarse, porque junto con el naufragio del Titanic también se hundió el crecimiento económico, se fue a pique esa sociedad que se sentía segura y confiada, los tambores de guerra comenzaron a propagar su sangriento sonido, y dos años después el mundo se sumergió en la Primera Guerra Mundial.
Entonces, ¿que no se hundió con el Titanic? La experiencia de Richard Norris Williams nos ayudará a encontrar la respuesta. Richard y su padre viajaban en la cabina de primera clase del Titanic. Cuando el gran buque colapsó, él vio morir a su progenitor. Tras pasar seis horas sumergido en las gélidas aguas del Atlántico, finalmente, Richard fue rescatado. Como sus piernas estaban amoratadas y congeladas, los médicos recomendaron la amputación inmediata, pero el valiente joven se opuso.
Richard no solo logró sobrevivir al Titanic y recuperar la movilidad de sus piernas, sino que cuatro meses después, ¡ganó el Abierto de Tenis de los Estados Unidos! En 1924, con un tobillo torcido, se alzó con la medalla de oro en los juegos Olímpicos de Paris. Con el Titanic se hundieron muchas cosas, pero no el deseo que Richard tenía de volver a empezar, de recibir una segunda oportunidad, de transformar sus fracasos temporales en éxitos inamovibles.
¿Has caído en algún vacío? ¿Estás sumergido en el fondo de algún vicio? ¿Has pensado que las aguas turbulentas y frías de esta vida están acabando con tus sueños? Si ese es tu caso, medita en esta promesa: «Los que confían en el Señor tendrán siempre nuevas fuerzas y podrán volar como las águilas» (Isaías 40: 31). Como Richard, tú también puedes empezar de nuevo. Tan solo tienes que confiar en Dios.

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